jueves. 28.03.2024

Si tuviésemos que realizar un ejercicio práctico de síntesis periodística, con un titular que no desvele ni condense el porqué ni el quién/quiénes de la noticia, y tomando como ejemplo la actualidad -desagradable pero realista actualidad- de la corporación nazarena que preside el bueno de Eusebio Castañeda, nos bastaría un titular como el siguiente: “Un cura le hace la vida imposible a la Hermandad de Loreto”. Y como subtitular: “La corporación decide buscar sede social propia para realizar sus actividades sin trabas, prohibiciones e impedimentos”.

En los mencionados titular y subtitular quedan esgrimidos, en dos frases, el resumen de cuanto acontece de un tiempo a esta parte en uno de los enclaves más históricos y castizos del centro de la ciudad: el barrio de San Pedro. Y más concretamente intramuros de una parroquia actualmente servida por el párroco José Hachero. Porque un párroco no dirige ni tutela a solas una parroquia sino que es el encargado del servicio religioso de la misma. Servidor que debe rodearse de más servidores y voluntarios.

La Hermandad de Loreto siempre se ha caracterizado por su prudencia, por su rechazo a los escándalos de mayor o menor enjundia, por su discreción (enemiga de golpes de pecho y de la fanfarria mediática) y sobre todo por su intachable sentido eclesial. No confundir sentido eclesial con austeridad penitencial pues la cofradía de San Pedro, desde los postulados cultivados principalmente por sus Hermanos Mayores y miembros de Junta de Gobierno, también evidenciaba antaño un altísimo espíritu de comunión con la Iglesia en tiempos de cofradía de capa blanca.

Incuestionable sentido eclesial

Por ende: la eclesialidad de la Hermandad está fuera de cualquier cuestionamiento. Una eclesialidad convencida, convincente, de bases profundamente doctrinales y no una eclesialidad oportunista según la volandera novelería del momento. Una eclesialidad cuya fortaleza indistintamente incluye tener que echarle más fe que el carbonero a coyunturas dificilísimas. En la Hermandad de Loreto no todo ha sido permanentemente un balsa de aceite (ya se sabe que el camino de la excelencia es a veces rocoso).

Cuando ahora la Hermandad -que se siente desasistida- ha decidido hacer público su particular suplicio de puertas adentro -su desencuentro con el párroco y a su vez director espiritual- es porque irremediablemente el grito de auxilio se estima in extremis necesario. No es plato de buen gusto airear cuestiones internas pero una Hermandad es obra de Dios y, por consiguiente, es cuestión de tantos que llega a serlo de todos: también de los no hermanos de la misma. También de los devotos de la Virgen no hermanos. También de los creyentes no hermanos. Hoy los cofrades de Loreto se confiesan en alta voz. Cuestión de supervivencia, de pervivencia…

Cuestión asimismo de transparencia. Las espadas no están en alto porque no existe pretensión alguna de batalla. No. Dos no discuten si uno no quiere. Empero Loreto, como institución, no puede crecer -no puede seguir creciendo- ante el stop permanente de la incomprensión o la desavenencia. Loreto a día de hoy no puede crecer cuando por el contrario necesita sin mayor dilación dicho crecimiento. Sobre todo en el apartado del patrimonio humano. “Los hermanos están dejando de asistir por evitar este clima de tensión”, ha declarado el Hermano Mayor. “El ambiente, sí, se ha enrarecido”.

Hace apenas un año

El proyecto evangelizador de una nueva Junta de Gobierno -la de Eusebio tomó posesión hace apenas un año- no ha de equipararse a una carrera de obstáculos por voluntad ajena, por zancadillas de terceros, donde además -en el ten con ten a dos- la Hermandad siempre tiene las de perder, por defecto de autoridad (o sea: por la razón de la fuerza jerárquica y no por la fuerza de la razón fundamentada) o por desautorización tajante o por injusta deslegitimación decisoria.

Eusebio Castañeda ha tenido que hacer de tripas corazón, abrir la caja de los truenos y relatar los hechos. Capoteando el temporal y templando la suerte. Eusebio es un señor, un caballero, un joven muy formado académica y religiosamente, un dirigente mediador y sereno y sosegado, un exponente de los denominados en las cofradías como “los válidos”.

“Los válidos” que asumen por entero el carisma y el alcance cristiano de las cofradías. Eusebio no necesita a la Hermandad ni para elevar su prestigio profesional ni para distraer su vida familiar ni para subir peldaños en la escala social de la ciudad. Todos cuantos lo conocen saben a ciencia cierta la veracidad de esta aseveración. Eusebio no necesita a la Hermandad, Eusebio quiere a la Hermandad: porque conoce al dedillo el potencial de las cofradías como instrumento de Evangelización a pesar de todos los pesares.

Paradigma de diálogo

El actual Hermano Mayor de Loreto es paradigma de humildad y de diálogo. Capaz de negarse setenta veces siete en pro del porvenir de la institución cofradiera que preside. Carga con su cruz -la que se verticaliza en la soledad de María sobre el Monte Calvario- para servir a sus semejantes. Una rara avis. Una joya que bien debiera cuidar no sólo la Hermandad, que sí es consciente de su valía -tan es así que su elección masiva como Hermano Mayor de la cofradía arrojó un resultado unánime (sin ni siquiera un voto en blanco)- sino también la Iglesia diocesana.

Cuando la Hermandad de Loreto ha gritado a los cuatro vientos el S.O.S. es que de seguro lo accidental se ha tornado inadmisible. ¿Lo inadmisible pasa por la prohibición a capricho de actos tipificados incluso en los estatutos de la cofradía y/o acordados en Cabildo General? ¿O por la negativa a usar salones de la parroquia para la impartición de catequesis y cursos de formación? ¿O negativa a que la Virgen presida el altar mayor de la Iglesia para sus cultos? ¿Negativa al montaje del besamanos de la Señora tal como se venía celebrando últimamente? ¿Al besamanos del Ecce-Homo el Miércoles de Ceniza? ¿Negativa a…?

La situación es insufrible. La Hermandad de Loreto, en cualquier caso, ni por asomo desea cambiar de sede canónica. Es una corporación que nació en dicho templo y al abrigo de la Dolorosa allí existente. No se entendería, no se concebiría, Loreto en su Viernes Santo saliendo de iglesia diferente. La memoria y la idiosincrasia entre la parroquia, su ubicación, y la cofradía son inseparables. Pese a que estos cofrades -hablando en plata- hayan sufrido las de Caín con otros antiguos directores espirituales y párrocos. El caso Hachero no es el primero en las legendarias desavenencias entre la Hermandad y el rector de la parroquia. Innecesario será repasar otros antecedentes que obligarían a la inelegancia de nombrar a personas difuntas.

Cultos en la sede canónica

Loreto seguirá celebrando los cultos en San Pedro. Los semanales, el Triduo a la Señora, el Solemne Quinario… Así lo ha confirmado su máximo representante. Y además conservará su histórica sede canónica para la estación penitencial. Pero para poco más. Para la vida de Hermandad precisa de una sede social aparte. Fuera de los muros de la parroquia. El taller de costura, el ejercicio de la caridad, las reuniones de las diputaciones, la limpieza de los enseres, las actividades del Grupo Joven, las labores administrativas, etcétera, clama una mínima libertad de movimientos de la que ahora carecen.

Con todo y con eso conviene discernir sobre un análisis riguroso que a su vez genera varios interrogantes: a saber: el conflicto que ahora ha estallado en el punto álgido de su insostenibilidad digamos que trasciende a la propia particularidad de Loreto. Trasciende en su significante tanto al sacerdote Hachero cono a los propios nazarenos morados de la tarde del Viernes Santo.

El caso Loreto… ¿es la exclusiva punta de lanza de un hecho puntual o responde a un caso más del que abundan en otras Hermandades a partir de varias deformaciones orgánicas o desajustes competenciales o realidades encubiertas que subyacen, insistimos, en el mundo de las cofradías? Entresaquemos cinco conclusiones al respecto:

Cinco reflexiones, cinco interrogantes abiertos

Primera: ¿Son conscientes algunos párrocos -o guardianes de conventos o superiores de comunidades- que en determinados barrios de estado agónico, barrios moribundos, del todo despoblados, sólo late el mayor o menor hálito de vida interna y externa de la Hermandad que en su sede canónica radica? ¿Es legítimo cortar el cordón umbilical de la sangre viva -la única sangre viva- que sostiene en pie a la escasísima feligresía gracias a los cofrades que de algún modo oxigenan una collación ya ingresada de por sí -por el paso del tiempo y por la emigración de sus nuevas generaciones a zonas periféricas de la ciudad- en la UCI de su diagnóstico terminal? ¿No son capaces de apreciar lo que a ojos vista resulta evidente? Si la única vida del barrio es la que dimana de la Hermandad, ¿entonces a que ton abortarla?

Segunda: ¿Son conscientes algunos párrocos -o guardianes de conventos o superiores de comunidades- que a su vez desempeñan la función de directores espirituales de la Hermandad allí radicada que, en función de tales, esto es: de directores espirituales, están obligados por normativa -pongamos que hablamos de normativa diocesana (libro verde)- a cumplir una serie de obligaciones cuya enumeración pásmese usted si al menos se respetara en un mínimo tanto por ciento?

¿El pez que se muerde la cola? Si un párroco o un guardián o un superior no está dispuesto a asumir cuanto conlleva el desarrollo de la ejecutoria del director espiritual, ¿por qué la carga de este cargo -carga que indisimulablemente a algunos sacerdotes molesta- la proyectan o la reconvierten en una antipatía inconfesa pero evidente hacia la cofradía cuyos miembros no son responsables ni asumen la culpabilidad de cuantas misiones, derechos y obligaciones la norma arroja sobre quienes deben velar por la calidad espiritual de la Hermandad? ¿Por qué los directores espirituales que nunca quisieron serlo no lo dijeron desde el principio?

Tercera: A colación de lo anterior: ¿no queda ya desfasada e incluso anacrónica esa obligatoriedad estatutaria alusiva a que el párroco o el guardián del convento o el prior de la Comunidad sea indefectiblemente el director de la cofradía que radique en el templo? ¿Qué pasa si no existe química entre ambos? ¿Y si de entrada al párroco o guardián o superior no le apetece ni de lejos ser director espiritual de la Hermandad? ¿Y si la Hermandad cuenta, en su trabajo interno y en su programa de formación, con un sacerdote ajeno a la sede canónica al que sí le agradaría ser director espiritual de la Hermandad con el mismo deseo por parte de ésta? ¿Por qué aún se está abocado a determinados matrimonios en sujeción a unas premisas, a una normativa, que no aseguran el buen funcionamiento del engranaje?

¿También en otras cofradías?

Cuarta: ¿Cuanto ahora se publica de la Hermandad de Loreto no está sucediendo en mayor o menor grado de similitud en otras cofradías de la ciudad, atenazadas por la nefasta relación que mantienen con el párroco/guardián/superior/prior pero que no obstante todas silencian en el mantenimiento perjudicial de una relación nunca bien avenida? ¿Habría que esclarecer qué Hermandades están sufriendo esta falta de entendimientos para arbitrar unas medidas correctivas, unas acciones de mejora, en beneficio de la práctica totalidad?

Quinta: Con la que está cayendo, arreciando a decir verdad, en contra de los católicos, estas pugnas internas que salen a flote -porque vitalmente han de salir-, ¿no perjudican a quienes se consideran miembros de una Iglesia -los sacerdotes, los cofrades- que no terminan de enterarse, de vislumbrar, de digerir que lo enemigos verdaderos están afuera y no dentro, y que entre iguales -todos los hijos de Dios lo son- no cabe la cortapisa ni los pulsos?

La situación en la Hermandad de Loreto se ha enrocado. Ya decía el clásico que no existe peor ventura que emboscarse en lo baladí. También es cierto que en el Quijote leemos aquello de “Con la iglesia hemos topado”. No siendo éstas las últimas ni las únicas palabras de la magna obra universal de Miguel Cervantes porque igualmente en la novela del Ingenioso Hidalgo se exhorta el siguiente consejo: “Paciencia y a barajar”. La paciencia todo lo vence. La paciencia todo lo gana. Y frente a la paciencia no hay adversidad que pueda con las cofradías. No hay adversidad que tumbe a las cofradías. Un buen puñado de siglos así lo contempla.

¿Qué sucede entre la Hermandad de Loreto y el párroco de San Pedro?