martes. 23.04.2024

50.000 al día

50.000 vidas diarias: este es el precio que pagamos por tener el mundo, nuestro primer mundo, tal y como lo conocemos

50.000 al día

50.000 vidas diarias: este es el precio que pagamos por tener el mundo, nuestro primer mundo, tal y como lo conocemos

A menudo, por nuestra condición primermundista, relacionamos el fenómeno de globalización con sus efectos positivos. Al menos con los más vigentes en nuestro día a día. Un claro ejemplo de ello es el debate acerca del desarrollo de las nuevas y constantes tendencias tecnológicas. De ellas, y de su uso cada vez más frecuente y precoz.

Nos planteamos un verdadero problema que repercute diariamente en nuestro mundo, sin pararnos a analizar fríamente que quizá, ese mismo desarrollo del que abusamos, se está convirtiendo casi paralelamente en una explotación en los países no globalizados.

Precisamente esa explotación lleva a la muerte de 50.000 personas a diario debido a la extrema pobreza en la que se encuentran. No se conoce con exactitud cuántas de las personas que engordan esa cifra habrán fallecido por la irresponsabilidad de las multinacionales, cuántas por el cada vez más incesante desequilibrio económico y territorial, o cuántas por dejar los gobernantes como último problema el erradicar la muerte por falta de desarrollo.

Resulta estremecedor contemplar cómo el tiempo parece no pasar para los países no globalizados, que se encuentran atrapados en una era eterna donde ni las guerras, ni las colonizaciones, ni los problemas del Primer Mundo han conseguido erosionar.

Todo el fenómeno, también conocido como mundialización, se sumerge en una constante antítesis. Una de las características más evidentes se refleja en las grandes ciudades, aparentemente ricas ante los ojos de quien no quiere ver, con grandes construcciones y un consumismo feroz que, a su vez, dominan poblaciones extremadamente miserables.

Precisamente por eso es importante destacar que un lugar solo será rico o tendrá riqueza si todos sus componentes pueden vivir para gozar, al menos, de una parte de ella. De lo contrario, el desarrollo vuelve a convertirse en explotación y en asesinato. Y es que el tener acceso a nuevas oportunidades no puede condenar a muerte a miles de personas a diario.

Todo sería diferente y prácticamente imposible de imaginar, así como quien sueña con un mundo mejor, si esta máxima expresión del capitalismo hubiera planteado desde el principio una base favorable para todos. Así podríamos gozar de los múltiples beneficios sin desbordar la balanza. Sin embargo, este sistema no fue concebido para ello, sino para complacer a las clases dominantes.

Se muestra interesante, además, señalar la relación directa entre el fenómeno de la mundialización y los Derechos Humanos, principalmente porque se trata de dos conceptos que chocan de lleno. Principalmente, en la medida en que el avance condena a los países del Tercer Mundo a una extorsión continua que lleva consigo la pobreza obligada y la marginación. Se violan todos los derechos referidos a las condiciones mínimas para llevar una vida digna.

Y, ¿cuál es el papel de los medios de comunicación en cuanto al tratamiento del problema? A menudo nos proclamamos sensibles cuando determinadas noticias nos muestran accidentes naturales devastadores que nos dejan reflexionando, al menos, por un par de semanas.

Tratamos de ponernos en la piel de esas personas y de la situación que deben estar viviendo. Pero cuando otros acontecimientos más cercanos se vuelven virales, esos países tercermundistas vuelven a caer en los estereotipos, y la reflexión ya solo se presta a “todos los días mueren de hambre”, o “todos los días mueren por falta de vacunas”.

La sensibilización se acaba reduciendo a algunos anuncios de ayuda humanitaria con alguna que otra imagen fuertemente sensacionalista. Una vez más, vuelve a no interesar. Al fin y al cabo, se mostrará aquello que interese a las potencias o, simplemente, no se emitirá porque no existe demanda de esa información.

A pesar de tan estremecedoras características, no debemos caer en la tentación de pensar que no existe solución. La emancipación del pueblo ha logrado mover lo que parecía imposible. Y es que, como decía Nelson Mandela, “como la esclavitud, la pobreza no es natural. Es creada por el hombre y puede superarse y erradicarse mediante acciones de los seres humanos.”

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