jueves. 28.03.2024

De aquellos versos de Juan Lupión Caro

Rescatamos el documento personal de un ejemplar cofrade anónimo

La Historia de la Semana Santa de Jerez está enhebrada de ejemplares cofrades anónimos. Cristianos que supieron hacer de su sencillez, de su tesón, de su amor inconmensurable por Cristo y María... una divisa existencial. Hombres y mujeres que jamás quisieron para sí los laureles del reconocimiento. Ni la vitola de ningún protagonismo. Tampoco buscaron siquiera -aún mereciéndoselos- cargos directivos ni tentáculos de poder. Sirvieron con tenacidad a las hermandades desde el posicionamiento del segundo plano. De la discreción, de los años consumados y nunca consumidos. En la pequeñez de su humildad hacían grandes a las corporaciones a las que pertenecían.

Es el caso del recordado Juan Lupión Caro. Para las nuevas generaciones, un cofrade desconocido. No así el apellido, tan destacado por otro lado en Hermandades como las Sagradas Cinco Llagas o el Santísimo Cristo del Perdón. Nuestro hombre fue un apóstol según Dios. Predicando a diario en la iglesia doméstica del inagotable cariño a raudales que profesaba por su familia: mujer y tres hijos que eran algo así como la luz de su razón de ser. Juan Lupión Caro se caracterizó por su trato fácil, sus obras más que palabras, y la fecundidad de su evangelización sin oropeles. Sentimientos hacia adentro como contención de una fidelidad inquebrantable a los mandamientos de Nuestro Señor Jesucristo.

Era común presenciar su figura delante de los pasos, caña en la mano derecha y pabilo en la izquierda. Encendía pasos durante la Semana Santa. A la antigua usanza. Es decir: con conocimiento del oficio pero asimismo con una profusa formación cristiana. Dominaba la liturgia hasta extremos insospechados. Dado siempre a la intimidad de las sacristías y la asistencia a la Eucaristía. Sabía muchísimo de cultos de Hermandades. Tanto que no pocas Hermandades le consultaban esto y aquello como medida de seguridad del correcto cumplimiento litúrgico.

Juan Lupión quiso a su mujer, Charo, con locura. Toda ella era sus pies y sus manos. El propósito de su sonrisa y la fontana de su sed. En octubre de 1986 enviudó después de afrontar el matrimonio el sostenimiento de la enfermedad como el más iluminado paradigma del amor. Meses después, ya en 1987, la Hermandad de la Coronación de Espinas tributó a Juan un sentido y merecido homenaje con motivo del cincuenta aniversario de su labor como sacristán de la Capilla de los Desamparados y sus décadas también ejerciendo de encendedor de la cofradía. Para tal ocasión el homenajeado escribió a mano unos versos con los que corresponder el gesto de la Hermandad del Domingo de Ramos. Unos versos que comenzó leyendo visiblemente emocionado y que concluyó ya sumido en un llanto de corazón encogido mientras acurrucaba, en la palma de una de sus manos, una foto de carnet de su esposa.

Recuperamos hoy, como documento oficioso de curiosidad cofradiera, el escrito original de los versos de Juan Lupión Caro con motivo del homenaje de su Hermandad de la Coronación. Dicen así: “Cada vez que enciendo un cirio/recuerdo que eres la luz./Quiero conducir mi vida/tras esa estela, Jesús./ Medio siglo a tu servicio/en la casa del Señor./No ambiciono ningún puesto/ni quiero Gloria mayor./ A la esposa que me diste/ has llevado junto a ti./ En el lado que ella ocupa/ guárdame otro puesto a mí./ En procesión permanente/vela encendida mi fe./ Aunque soplen vientos/ de impiedad no apagaré./ Yo sujetaré mis pasos/en todo a tu voluntad./ Y a la voz de tu llamada…/te contesto: aquí está Juan”.

Sirvan estas breves líneas para recordar a un cofrade anónimo que supo dar lo mejor de sí desde la sabiduría -siempre alta- de la bondad personal. Reine su ejemplo en los corazones de todos cuantos tuvieron la dicha de conocer su entrega sin medida al Evangelio de Cristo.

De aquellos versos de Juan Lupión Caro