miércoles. 24.04.2024
Gabriel Mateos
Gabriel Mateos

Gabriel Mateos, caballero y patriarca

Adiós a un prócer jerezano

 Por Marciano Breña 

No se cabía realmente en la amplia iglesia de la jerezana parroquia de Las Nieves. Muchas personas siguieron el oficio religioso desde la calle y a la hora de dar el pésame a los familiares la fila era bien apretada. Como apretada estaba la familia de Gabriel Mateos sobre el altar y rodeando el ataúd de este caballero jerezano, de noventa y dos años, al que se despedía. El número de dolientes era propio de un patriarca. Quince hijos tuvo, de los que viven trece, todos casados y con hijos a su vez, y con nietos. Ésa era la familia patriarcal que Gabriel formó con su esposa, Carolina Pérez-Luna, o Carolina con Gabriel; da igual porque eran dos en uno.

Gabriel Mateos con su familia

Esa unión fue para toda la vida y de toda la vida, ya que Gabriel y Carolina se conocieron de recién nacidos, cuando estaban en los cochecitos de bebé, mientras paseaban juntos los matrimonios progenitores de ambos. Ya crecidos, pero niños aún, se seguían viendo en el campo, porque las dos fincas familiares, El Barroso y El Olivillo, estaban lindando y ellos se citaban en la linde para montar a caballo. Eran tan buenos jinetes que mientras galopaban se cambiaban de caballo en muestra de habilidad.

Esa habilidad de Gabriel como jinete le acompañó toda su vida y casi a diario montó, hasta el punto de que ya estaba en silla de ruedas y aun así seguía montando. Una vez arriba, se transformaba y era otro. Solía decir a sus hijos, para calmar temores, que “nunca me caeré porque tengo el cuerpo hecho al caballo”. Ciertamente, el caballo era su medio natural y, cuando estuvo cursando los estudios de Profesor Mercantil en la Escuela de Comercio de la Porvera, acudía todos los días a clase desde El Barroso montado a caballo, aprovechando el trayecto para repasar los libros y dejando al animal caminar a su aire. Era una afición que transmitió a sus hijos; a los mayores los entrenaba para participar en acoso y derribo y les obligaba a correr al hilo de los maizales partiendo con la garrocha las mazorcas como condición para apuntarlos a concurso.

La crianza de caballos la aprendió de su padre, con la yeguada de El Corazón, asentada en El Barroso y formada tanto por caballos españoles como por caballos cruzados. Uno de los más destacados era el “Notable” que conservan fotografiado en casa, junto a muchas fotos más de otros ejemplares y también junto a tantos trofeos ganados en distintos certámenes ecuestres. Una muestra de la forma de ser de Gabriel es que a los compradores que iban por su finca les aconsejaba o desaconsejaba la adquisición de un determinado potro según viera cómo iba a ser cuando pasara a ser caballo. Más de una vez predijo que saldría un gran ejemplar de un potro poco atractivo y a los dos años volvía el comprador agradecido por el gran animal en que se había convertido. Luego, el hierro quedó en manos de un primo pero él continuó con su afición y sus ocupaciones de juez en los concursos (incluso en el del Campeón de Campeones), donde su veredicto era guiado por la justicia, nunca inclinado por otras motivaciones. Además, como solía decir Felipe Morenés, un halago de Gabriel hacia un caballo era equivalente a un premio.

Junto a su afición al caballo practicaba la de los galgos, aunque, en cuestión de caza, su mujer era mejor escopeta. No sólo tenía galgos sino que era juez de campo en carreras con liebres, siendo tan justo que nadie osaba discutir sus decisiones, igual que cuando juzgaba caballos.

Gabriel Mateos con Mario Moreno Reyes, más conocido como Cantinflas

Tuvo que ir a la mili. Por cierto, el regalo que con tal motivo su madre le hizo fue un traje, elaborado por ella, con tantos adornos que parecía el uniforme de un general. Volvió pronto exento, por el hecho de ser el mayor de ocho hermanos y ser necesario en casa para ayudar a su padre a llevar la economía familiar, como solía ser habitual entonces en las familias numerosas. Así, mientras los hermanos menores iban siendo puestos a estudiar y a vivir de sus carreras, él se dedicó ya de por vida al campo, especialmente con la agricultura. Se hizo cargo de todas las fincas de la familia, hasta que finalmente, tras faltar los padres, se quedó con El Palmitoso y parte de la Las Majadillas, así como la parte de El Olivillo correspondiente a su mujer. Ocasión hubo en que vendió una finca y, tras el trato, rebajó el precio porque era terreno de dehesa y no de cultivo, como le advirtió al sorprendido comprador, que estaba dispuesto a pagar más; así era Gabriel. Otro detalle es que fue el primer agricultor que empezó a dar a sus empleados el día entero libre en la fecha de Jueves Santo con el argumento de celebrar de verdad el Día del Amor Fraterno.

También llevó la faceta ganadera. Solía decir que, cuando llegó en los sesenta la peste porcina africana, los únicos cochinos no afectados por ella eran los suyos debido a que desde hacía tiempo les estaba suministrando un tipo de pienso que elaboraba él mismo con determinados componentes que tenían eficacia preventiva. Valga como una muestra más de que en todo lo que hacía le ponía la máxima pasión, y eso que eran muchos los palos que tocó en su vida.

Aunque su mayor ocupación en el campo era la agricultura, también llevó ganado vacuno. En El Palmitoso tenían de siempre vacas retintas pero, sobre todo, se concentró en las vacas de leche, que tenía primero en Las Majadillas y luego en una vaquería que montó en Palos Blancos, donde alquiló una parcela y la dotó con el material más moderno que había en el mercado. Para enriquecer esa vaquería compró animales que vinieron directamente de América y que tuvo que ir a recoger en el puerto de Málaga. A raíz de esa vaquería cultivó la relación con los lecheros de la zona y se preocupaba por sus necesidades.

Gabriel Mateos en un acto realizado en la Bodega Palomino y Vergara

Así nació la idea de crear una cooperativa para beneficiar a los lecheros y para elaborar productos derivados que aumentaran el beneficio añadido de la leche. Él fue fundador y primer presidente de “La Mereced”, que tanto marcó la vida de la ciudad. Cuando llegaba cada mañana, antes de entrar en su despacho saludaba a cada uno de los empleados, los cuales lo recibían con alegría. Una de las producciones que abordó fue la de los helados Yuki. Con tal motivo, compró todos los congeladores necesarios para las tiendas que iban a vender esos helados a una empresa y ésta le ofreció un regalo personal que él entregó directamente a la cooperativa. Otra actuación promovida por él eran las visitas de los niños de los colegios a la fábrica con el fin de conocer el proceso de elaboración de la leche así como la necesidad de higienización o la diversidad de productos elaborados que se derivaban.

La familia tenía viñas en La Caridad y hacían vinos; de ahí que Gabriel entendía de uvas y vinos. Con frecuencia cataba y comentaba con su concuñado Zoilo las características de diversos caldos que probaban al alimón. Tenía la costumbre de tomar a diario una copa, generalmente de fino, antes de la comida y otra antes de la cena. Esos conocimientos los pudo aplicar cuando se hizo cargo, como presidente, de la bodega Palomino y Vergara, una etapa empresarial más en su curriculum, donde tampoco faltó el dato de ser fundador de una empresa de transportes, la Atlantis.

Tanta ocupación no le impidió cultivar su gran afición taurina, que le llevó a colaborar durante décadas con Jerónimo Roldán en sus programas de Radio Jerez y de Onda Jerez Radio, además de participar en los jurados de los premios taurinos del Hotel Jerez. En casa, siempre que podía, veía toros por televisión rodeados de sus hijos, a los que, con sus comentarios, iba introduciendo en el conocimiento de la Fiesta. Le gustaban a la vez los toreros poderosos y los artistas, admirando tanto a Curro y Paula como a Paquirri, pero tenía un lugar especial para Antonio Ordóñez, aunque sabía apreciar lo bueno de cada cual.

Gabriel Mateos con Rocio Jurado y Pedro Carrasco

La familia tan numerosa de que disponían es curioso decir que tardó en llegar y los tres primeros años de matrimonio ella lloró mucho porque creía que no iba a poder tener hijos. Su regla era dar una educación dentro del orden, de la austeridad y del amor a la naturaleza. Él y su mujer acostumbraron a sus hijos a vivir sin ningún tipo de lujos. La ropa para los niños se hacía en casa y pasaba de unos a otros. Todos, desde pequeños, realizaban sus tareas domésticas, hacer la cama, poner la mesa. Llevaban al colegio un simple bocadillo con mantequilla, de “La Merced”, nada de chorizo o jamón y todos los domingos eran llevados al campo, lo que siempre le han agradecido después.

De entre los que le rodeaban, podemos decir que toda la gente lo quería, porque nunca acudió a él nadie que no se llevara una ayuda. Jamás se quejó, ni durante sus años de diálisis. Fue al hospital por primera vez con setenta y tantos años y le operaron del riñón, por culpa de un pequeño tumor. Los taxistas lo llevaban casi a diario al hospital con el mismo mimo que si fuera un familiar propio. Su forma de ser le llevó a ser aficionado a cantar y lo hacía muy bien. Ya pequeño estaba en los luises de La Compañía y siempre seguía a Manolo Caracol. Cuando conducía la dekauve para llevar a la familia al campo los domingos solía ir cantando. Incluso cuando salía de diálisis, arrastrando cierta ronquera, se ponía a cantar “La Salvaora” por bajo y con gusto.

Gabriel Mateos

No fue un hombre de ideas petrificadas sino que era abierto de mente y aceptaba las cosas nuevas, siempre como algo que formaba parte del plan divino, porque su confianza en Dios la manifestó toda su vida. Solía decir, frente a alguna adversidad que había tardad en superarse: “No quiero ser soberbio pero veis cómo tenía razón. Jamás dudaré de los designios de mi Creador”. Concretamente, era un gran seguidor de San Pablo y ante cualquier situación todo eran ejemplos de paulinos, pues se conocía perfectamente las Epístolas. Fueron muchos los años en que colaboró con su parroquia, incluso desde antes de crearse, o con las dos hermandades a las que pertenecía.

Tanto Gabriel como Carolina conseguían de Dios todo lo que le pedían, hasta el punto de tener una lista de personas que les encargaban rezar por ellas. Sólo hubo una cosa que no consiguieron; ella siempre quiso morir después que él para evitar que se quedara solo en el mundo, como si no hubiera nadie que lo cuidara. Murió en 2013 y ahora lo ha hecho él, arreglando ese pequeño desajuste en dos vidas que fueron siempre muy ajustadas. Es que cuatro años es bien poca cosa en medio de la eternidad.

Gabriel Mateos, caballero y patriarca