viernes. 29.03.2024

En Sanlúcar de Barrameda, el sábado 28 de septiembre, se lidió una novillada mixta, con dos utreros y cuatro erales. El sexto de la tarde era, como los demás, de la ganadería de Chamaco y lo lidió El Melli, novillero sin caballos local, alumno de la escuela taurina “El Volapié”.

El novillo dio problemas en banderillas y en la muleta fue bueno; cuando la faena estaba ya avanzada algunos espectadores empezaron a pedir el indulto con los pañuelos y con las almohadillas.

Cesó la petición un momento, como si se sorprendieran de lo que estaban haciendo, pero luego se reanudó con nuevos pañuelos y almohadillas; a esta segunda petición de parte del público el presidente respondió sacando el pañuelo naranja.

Muchos aficionados que estaban en el tendido no se podían creer cómo se puede indultar a un novillo de dos años, que se ha lidiado sin tercio de picar. Es lo que nos faltaba de ver, aunque con algunos presidentes nunca se termina. Recordamos que éste en una ocasión anterior, con motivo de indultar a un toro, sacó, en vez del pañuelo naranja, el pañuelo azul.

Después de finalizar la novillada el presidente, a preguntas de algún aficionado, aclaraba que él sabía que no se podía indultar al eral pero tuvo tres razones personales que le llevaron a sacar el pañuelo de color naranja (esta vez no sacó el azul). La primera explicación o razón es que el mayoral, que estaba en el callejón, se acercó a los pies del balcón de presidencia y se puso a gritar, insistentemente y gesticulando mucho con los brazos, que ese novillo merecía el indulto.

Siempre hemos pensado que primero pide el público el indulto y luego se consulta al ganadero sobre si aceptaría al toro como semental, no al revés. La segunda razón es que el empresario también se acercó y le dijo que para justificar el indulto siempre podría alegar que había un riesgo de alteración de orden público. Indudablemente, todo indulto beneficia al empresario de una plaza, con lo que se convierte en parte interesada; además, y principal, allí no existíó de ninguna manera riesgo de alteración de orden público, era sólo un truco que se sugería por si hacía falta una justificación; es más, la petición no fue mayoritaria.

La tercera razón era que él tiene un negocio que vive del público y si no concede el indulto, después, muchos clientes que son habituales dejarían de acudir a su establecimiento y él lo pagaría con disminución de sus ingresos. Está claro que este señor tiene intereses, legítimos por otro lado, que le incapacitan para dirigir un festejo con ecuanimidad; hay gente más idónea. Entonces, directamente hubo quien le dijo muy cerquita de su cara “si yo hubiera estado de presidente ese novillo no se indulta”.

Volvimos para casa dando vueltas al hecho de que en Sanlúcar se han producido, estos últimos años, indultos en un número superior al de otras plazas similares; por no ir más lejos, esta temporada, con éste, van dos, lo que no es común. Parece ser que los sanluqueños no salen contentos de la plaza si no hay indulto. Con este hecho y otros similares se va camino de que en España acabemos teniendo sólo corridas sin muerte, como en Portugal, lo cual es algo que rechazamos quienes creemos que, en nuestra tierra, la lidia de toros debe seguir la línea que se ha venido siguiendo desde siglos atrás.

Si para indultar a un toro no hace falta el tercio de varas éste acabará desapareciendo, por inútil, después de lo disminuido que ya está. Hace un tiempo un gran aficionado, de prestigio, me comentaba que la corrida española iba camino de convertirse en corrida portuguesa. Lo decía como con resignación. Yo podría comprender algunas razones que me exponía pero no podía comprender la pasividad con que él asumía la posibilidad de esa deriva.

Si quitamos el tercio de varas, posiblemente la tauromaquia deje de ser una actividad artística y vuelva a ser una actividad de sólo fuerza y valor, como era hace ya mucho tiempo, porque el tercio de varas amolda al toro, lo ahorma para permitir una embestida donde su entrega sea total y se juegue con la ralentización y la duración del pase; o sea, que el toreo esté más cerca del ballet que de la lucha.

Pensar que la corrida portuguesa se puede implantar en España significa que se cambia ni más ni menos que de concepto. Allí, en el país luso, la corrida es básicamente una actividad de rejoneo y la lidia a pie ocupa sólo un lugar secundario, tanto si hablamos de corridas mixtas (con rejoneo y lidia a pie) como si hablamos de corridas de sólo a pie; una prueba es que los toreros a pie portugueses sólo triunfan realmente si vienen a España participando en nuestro formato de corrida.

En Portugal el rejoneo ha seguido una línea ininterrumpida desde épocas medievales, sólo impulsada en el siglo XVIII por el marqués de Marialva, y su modelo se ha quedado hasta nuestros días. En España el rejoneo desapareció a principios de ese mismo siglo XVIII y tan sólo ha reaparecido en el XX, de la mano de Antonio Cañero con una fórmula campera que distaba del rejoneo portugués, del cual ha importado aspectos como, entre otros, la mejora de los caballos o la realización de las suertes, lo que sólo ha tenido desarrollo a partir de los tiempos recientes de Hermoso de Mendoza.

Si pasamos de lo formal al fondo, en Portugal el rejoneo era cosa de caballeros, en los que la posición social y económica era un asunto previo; no utilizaban su actividad precisamente para salir del hambre sino que la practican básicamente como manifestación de prestigio, como algo que sirve de adorno. Frente al caballero se encontraba el público. Esa ostentación del poder social del caballero, con unos adornos cuasi guerreros en el caballo y con una vestimenta ampulosa (a la federica), muestra al público su posición frente a la clase popular. El toro sale con los cuernos enfundados, es mero instrumento para ese lucimiento social del caballero, no tienes protagonismo. Es más, hoy los cavalheiros portugueses son miembros de familias terratenientes o empresarios que disfrutan de desahogo económico. Hasta las cuadrillas de forcados están compuestas por jóvenes en edad de estudiar que suelen pertenecer a familias acomodadas y tienen como orgullo el actuar siempre sin cobrar el dinero.

En España, por contraste, una vez que se generalizó el toreo a pie la actividad de los toreros era y es un medio de promoción social y económica; es decir, el torero suele pertenecer a estratos humildes de la sociedad y busca escalar hacia los estratos altos a través de ejercicio de la profesión taurina. Frente al torero se encuentra el toro. Aquí el torero lo que busca es mostrar su poder frente al toro, no frente a los componentes del público, que no son de posición social diferente a la suya.

Aquí el torero no es un terrateniente o un empresario que se pone a torear para completar su prestigio sino que, más bien, es al revés: es después de triunfar como torero cuando puede convertir en un terrateniente o empresario. Ahí creemos que está una de las diferencias de concepto frente al toreo en Portugal. En España ha sido siempre muy admirado por el pueblo el caso del torero que, saliendo de orígenes humildes, acaba casándose con una duquesa de relumbrón.

También hay otros aspectos como, por ejemplo, el momento de la muerte del toro en la plaza, que no existe en Portugal. La afirmación de que la actividad taurina es no sólo ética sino altamente ética se debe a que el hombre que va a matar un animal acepta libre y voluntariamente la posibilidad cierta de que el animal lo mate a él. Se trata de que haya una situación de máximo equilibrio posible, es decir, que las posibilidades de morir uno u otro estén repartidas el cincuenta por ciento. Por ello, todo intento de poner al torero en posición de ventaja, disminuyendo las posibilidades del toro, irá en detrimento de la categoría ética de la actividad taurina.

La posibilidad de que sea suprimida la muerte del toro en la plaza deja a la tauromaquia a la española a la intemperie frente a los falaces argumentos de los ataques antitaurinos, que se basan en que se provocan unos supuestos sufrimientos insoportables al toro.

Sí en España desapareciera la muerte del toro en la plaza los adversarios de la fiesta tendrían el campo libre para exigir la desaparición del tercio de banderillas, porque el mínimo dolor que pueden producir los arponcillos no tendría justificación, ya que le habríamos concedido una razón al abandonar el estoque. La cosa no quedaría ahí, aunque ya sería bastante, porque habrían desaparecido los tres tradicionales tercios, puya, banderillas y muerte, y habría sólo el lanceo con el capote y la faena de muleta. También estas dos actividades podrían ser ocasión de protesta, porque quién nos dice que no acabarían descubriendo sufrimiento del toro en el simple movimiento de su testuz cuando se le provoca la embestida. Para llegar de aquí al final de la tauromaquia no quedaría ningún paso y, a todo esto, en Portugal seguirían como están ahora porque ellos se mueven por otros parámetros, como los dichos arriba.

Recordamos que, hace unos tres o cuatro años, en la localidad de Villamartín el presidente de una corrida concedió un indulto y, acto seguido, la delegación de gobierno provincial le abrió un expediente que, basado en la prohibición de indultos en plazas portátiles, acabó con la destitución de ese presidente, es decir, la retirada de autorización para no volver a presidir como tal más. En Sanlúcar, en esta ocasión, no podemos hablar de plaza portátil pero sí es una plaza de tercera categoría, donde también estaban prohibidos los indultos aunque en Andalucía se permite. Lo grave es que se trataba de un eral, con el que no había suerte de varas, en tanto que se exige que, para el indulto, las reses hayan demostrado un excelente comportamiento en todos los tercios sin excepción incluido, especialmente para los aficionados y para el reglamento andaluz, el tercio de varas, que, repetimos, en nuestro caso no existió.

Independientemente de lo que diga el reglamento, sabemos que una res puede cambiar de comportamiento tras la prueba de la puya. Además, incluso sin hablar de puya, un animal puede cambiar de comportamiento conforme va cumpliendo años. Muchos ganaderos (uno de ellos es Victorino Martín, y no es mal ejemplo) esperan para tentar sus vacas a que éstas tengan tres años, porque es entonces cuando su “personalidad” ya está definida, no con dos años años y, menos, con uno; por eso no deben caber indultos nada más que para toros, no para utreros y menos para erales.

Como final de estas reflexiones, y a modo de conclusión, esperamos que la delegación del gobierno en la provincia también actúe en esta ocasión de la misma manera que cuando lo de Villamartín y abra expediente para retirar la autorización a quien presidió el festejo del sábado y no vuelva a presidir más un festejo taurino. Dejemos que este buen señor tenga tiempo para atender mejor su negocio, que es lo que le resulta verdaderamente importante, y sus clientes no tengan motivos para dejar de acudir a él.

Nos faltaba ver el indulto de un eral