sábado. 20.04.2024

¿Sabías que el desorden provoca estrés?

Ofrecemos cinco motivos del porqué de este malestar

No siempre detectamos la presencia de estrés en nuestra propia vida, en nuestro devenir cotidiano, en nuestra realidad personal. A veces este mal del siglo XXI aparece muy lenta pero siempre imbatiblemente. Para provocar dolencias tanto físicas como psíquicas. Los problemas gastrointestinales, dermatológicos, sexuales e incluso cardiacos forman parte de sus silenciosos síntomas. Sin embargo…

En pocas ocasiones se ha relacionado el estrés con el entorno individual de quien lo padece. Suele achacarse el origen a la intensidad laboral o a otros problemas de índole social. Empero existen otros factores que también se alían pronto con situaciones estresantes. Verbigracia el ruido. O el calor y el frío. Y, entre estas diversas circunstancias no siempre analizadas -aunque sí analizables-,  nos topamos de frente con el desorden.

¿El desorden? Sí, tal cual se deletrea. Desorden. ¿Sabíamos que el desorden obstaculiza el equilibro emocional y psicológico y desencadena enseguida otras situaciones que igualmente generan o pueden generar estrés por sí mismas? ¿Imaginabas que el desorden en tu hogar -al que a menudo no sueles conceder demasiada importancia- quizá esté causándote un malestar interno que ni siquiera eres capaz de detectar?

Orden es sinónimo de armonía -de suma armonía en todos los espacios-. Hasta los colores contribuyen a la construcción de cierta serenidad interna. ¿Por qué el desorden es perjudicial? En primer lugar porque aumenta el cansancio. La desorganización es, per se, una fuente de agotamiento de energías. Quema la frescura. Suma un agotamiento -un plus de agotamiento- al final del día. Pues suscita un cierto estado de incertidumbre. En un hogar ordenado todo fluye con naturalidad.

En segundo término no optimizamos el tiempo. Porque no encontramos aquello que buscamos de manera imperiosa. Esto resta minutos, horas, para dedicarlas a otras prioridades como compartir vivencias con la familia, disfrutar de nuestro ocio, nuestro asueto, etcétera. Tercero: el terrorífico y agotador sentimiento de culpa. El mayor o menor desorden nos indispone con nosotros mismos. Una máxima indiscutible: cuanto más tardemos en ordenar, más nos costará hacerlo a la larga.

El calzado disperso, tirados por acá o por allá, parece que están a la orden del día. Y su visión se nos atraganta aunque ni reparemos unos segundos en ello. No descartemos la compra de unos zapateros -tan compactos como los que a día de hoy pueden adquirirse-.  Cuarto: nuestros objetos diarios como fuente de preocupaciones. Nuestras pertenencias de uso más o menos cotidiano forman parte (necesaria, respirable) de nuestra realidad diaria. Si no los tenemos a mano -o cuanto menos localizados-, también pueden derivar en estrés inadvertido.

Hallamos una certeza infalible: el desorden retrasa las tareas, cualquier tarea. Nunca olvidemos que ordenar el hogar y convertirlo en un rincón agradable no es una pérdida de tiempo sino todo lo contrario: una inversión de excelentes frutos permanentes. Según indica el “Estudio en torno a las actitudes de la población española ante la decoración del hogar” realizado por Ikerfel, tener una casa ordenada permite ahorrar tiempo, en opinión del 93% de los encuestados. Además, el 79% cree que la decoración es calidad de vida y no solo estética, y un 92% subraya que una casa bien decorada te hace sentirte más cómodo. Así que, en caso de necesidad, manos a la obra.

¿Sabías que el desorden provoca estrés?